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From: Juan Aparicio <juanaparicio@my-deja.com>
Subject: Arte transgenico: el arte luego de la muerte del arte
Date: Mon, 22 Jan 2001 11:59:42 GMT
Organization: Deja.com





CIBERCULTURA / Por FLAVIA COSTA
Investigadora y Docente De Informática y Sociedad, Universidad de Buenos Aires (Uba)

Arte transgénico, un dilema
El arte después de la muerte del arte


El plástico brasileño Eduardo Kac hizo nacer una conejita fluorescente.
En su búsqueda por nuevas formas de creación planea cruzar plantas con
animales y animales con humanos.


Alba -así se llama la coneja- es blanca y de ojos rosados, pero
iluminada con luz azul se vuelve verde tornasolada y brilla en la
oscuridad. Este "look" se debe a que investigadores del Instituto
Nacional de Investigación Agronómica de Francia incorporaron genes de
una medusa del Pacífico a un embrión de conejo. La idea, sin embargo,
partió originalmente de Kac, un provocador artista plástico, escritor y
docente-estrella en la Escuela del Instituto de Arte de Chicago quien,
desde hace años, viene intentado desarrollar "un diálogo fluido entre el
ser tecnológico y el ser vivo".

Pionero del arte electrónico y entusiasta explorador de las mutaciones
formales, semánticas y perceptuales que provocan fenómenos como la
telepresencia y la integración hombre-máquina, en 1997 Kac se implantó
en un tobillo un chip de memoria con un número grabado -sigue llevándolo
aún hoy-que formaba parte de una instalación en la que intentaba
tematizar las relaciones entre arte y técnica, identidad y memoria,
naturaleza y artificio.

Al año siguiente escribió en Leonardo -revista que publica el Instituto
Tecnológico de Massachussetts (MIT) y de cuyo consejo editor Kac es
miembro permanente- un artículo titulado "El arte transgénico". Allí
proponía las bases de una eventual nueva forma de arte "basada en el uso
de las técnicas de la ingeniería genética para transferir material de
una especie a otras, o para crear singulares organismos vivientes con
genes sintéticos".

Para Kac, nacido en Rio de Janeiro hace 38 años, la genética molecular
"permite al artista construir el genoma de la planta y del animal para
crear nuevas formas de vida", lo que inauguraría un nuevo modo de
comunicación entre las especies: una relación "dialógica entre el
artista, la criatura/ obra de arte y aquellos que entran en contacto con
ella".

Al artista no se le escapa que su propuesta implica un importante dilema
ético, en tanto en ese "diálogo" una de las partes detenta activamente
el poder de crear, mientras que la otra es apenas un resultado pasivo de
un experimento que no puede cuestionar ni negarse a participar. De allí
que Kac advierte que "las preocupaciones éticas, de capital importancia
en cualquier obra artística, se hacen todavía más cruciales que nunca en
el contexto del arte biológico, donde un ser vivo real es la propia obra
de arte". Y agrega que "no hay arte transgénico sin un compromiso firme
y la aceptación de responsabilidad por la nueva forma de vida así
creada".

Pero después de hacer esa salvedad, se entusiasma frente a la
posibilidad de combinar genes de diversas especies para crear "preciosas
quimeras y fantásticos seres vivientes, tales como 'plantanimales'
(mezcla de plantas y animales) y/o 'animanos' (mezcla de animales con
seres humanos)". Eso sí: aclara que las criaturas producidas de este
modo "deben ser queridos y alimentados como cualquier otro animal de
compañía".

Por entonces, en ese mismo texto, Kac anunciaba el proyecto de crear una
"perra transgénica". Para ello había que injertar en el embrión de un
perro la Proteína Verde Fluorescente (en inglés GFP, por Green
Fluorescent Protein) extraída de la medusa Aequorea Victoria. Contactó a
diferentes instituciones pidiéndoles ayuda para realizar su proyecto,
hasta que finalmente un equipo de científicos franceses aceptó el
desafío. El experimento no se hizo con una perra, sino con una coneja,
pero resultado fue un éxito: nació la hermosa Alba, que, dicho sea de
paso, hoy es el centro de una pelea judicial.

Sucede que tanto el artista como el laboratorio donde fue creada la
conejita se disputan su tenencia. Efectos indeseados de la integración
entre arte y ciencia: mientras que para Kac la coneja demuestra "que los
animales transgénicos son criaturas que forman parte de la vida social
como cualquier otra" y, por lo tanto, se opone a que el animal se críe
en un laboratorio (en la página web del artista se juntan adhesiones
para la causa del "retorno al hogar" de la mascota flúo), el instituto
de investigación prefiere tenerla en observación y bajo su cuidado, ya
que se trata de un caso testigo.

Más allá de la suerte que corra el caso en tribunales, lo cierto es que
el inquietante ejemplo de Alba -la primera "obra viva de arte
transgénico"-está alborotando a las comunidades artísticas, religiosas y
filosóficas de todo el mundo.

Una de las preguntas que suscitó el experimento la formuló el
investigador Luigi Capucci en el número de junio pasado de la revista
italiana Noema. "¿Tiene el arte el derecho de hacer esto?", se pregunta
Capucci, docente de Teoría y Técnica de los Nuevos Media en la
Universidad de Roma La Sapienza. Y agrega: "Dado que el arte no posee,
por definición, fines científicos, prácticos o utilitarios (los que de
alguna manera justificarían la experimentación genética con seres
vivos), sino puramente culturales, ¿tiene derecho a hacerlo?".


EL FUTURO, EN JUEGO

Para algunos, la sola idea de experimentar con seres vivos con fines
estéticos implica un gran peligro. Por un lado, los ecos de la eugenesia
("selección artificial") impulsada por los nazis a mediados del siglo XX
siguen siendo demasiado dolorosos como para negar los riesgos
totalitarios que conlleva esa clase de experimentación. Por otro lado,
grupos defensores de los derechos de los animales han protestado contra
el "especismo" (es decir, la creencia en la superioridad humana con
respecto a otras especies) que permite no sólo el uso sino también el
abuso de especies vegetales y animales para fines cosméticos,
artísticos, de entretenimiento y otros que, en definitiva, no son
imprescindibles para la conservación de la vida. Y desde hace tiempo
diferentes grupos religiosos se han pronunciado contra toda clase de
manipulación genética.

Finalmente, hay quienes se oponen al "arte transgénico" no por razones
morales sino por motivos estéticos. El argumento es que experimentos
como el de Alba se originan en la mera fascinación con la técnica y no
en un genuino impulso artístico (que implicaría no sólo la utilización
de materiales novedosos sino también la búsqueda de un lenguaje propio).
Y que la utilización artística de la técnica implica básicamente ir en
contra de los usos que le asignan la industria y el mercado, no
aceptarlos e incluso profundizarlos.

En este sentido, y si bien no es especialmente crítico en relación al
caso Kac -al que considera un ejemplo hipermoderno de "ars vivendi", o
arte de la vida-, el crítico brasileño Arlindo Machado alertaba meses
atrás, en una entrevista publicada en el diario La Nación, sobre "el
peligro de no tener criterios suficientemente maduros para entender y
evaluar la contribución de los artistas de la ultravanguardia". Para
Machado, curador de Arte y Tecnología del Museo de Arte Moderno de San
Pablo, el riesgo consiste en que artistas, críticos y público tienden a
volverse demasiado condescendientes:
"Perdemos el rigor del juicio y cualquier tontería nos excita con tal de
que parezca a tono con la última movida tecnológica".

En la vereda de enfrente, los defensores de Kac y su criatura sostienen
que el ejemplo de Alba es precisamente un llamado de atención, y que su
valor reside en que obliga a la humanidad a reflexionar sobre aquellos
peligros. El propio Capucci lo dice así: "Como todo el arte
interesante, Alba nos lleva en realidad más allá del arte, y con su
existencia provocativa contribuye a evidenciar algunas de las
contradicciones e hipocresías sobre los cuales se basa nuestra cultura".

En su libro La Maitrise du Vivant (1988), el pensador Francois Dagognet
señala que, desde Aristóteles hasta nuestros días, la cultura occidental
ha sacralizado lo natural por sobre lo artificial, condenando a esto
último a personificar el "mal" que se debe combatir. Para Dagognet esta
postura es moralizante y dogmática, y dice que para estar a tono con
nuestra realidad actual es preciso construir "una política de la vida
que apunte a la permanencia de la totalidad de los seres, ya sean
creados natural o artificialmente".

En un artículo recogido este año en el libro De la Pantalla al Arte
Transgénico, que editó el Centro Cultural Ricardo Rojas de la
Universidad de Buenos Aires, Machado recuerda las palabras de Dagognet y
afirma que el arte transgénico de Kac "acaso pueda servir como
catalizador de una nueva conciencia ética, capaz de ayudar al hombre a
enfrentar los desafíos del milenio que comienza". Eso, claro, si los
seres humanos se animan a ver en el gesto de Kac algo más que la
tranquilizadora afirmación de que la técnica puede "embellecerlo" todo.
Y que lo puede hacer incluso cuando el afectado no lo pide ni lo
necesita.


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